domingo, 17 de mayo de 2009

CASCADAS CRISTAL




COLONIA ADOLFO LÓPEZ MATEOS
Por Ignacio Argudín Gutiérrez

Ubicada a sólo 5kms de la comunidad de Coyame, municipio de Catemaco, Veracruz, la colonia Adolfo López Mateos se encuentra una zona privilegiada por la madre naturaleza, rodeada por ríos y flanqueada por la selva y la montaña.
Desde que se desvía uno de la carretera pavimentada en Coyame y toma la terracería, se respira una paz y tranquilidad y el aire puro de la naturaleza.
Al llegar a la parte alta la vista es insuperable, al norte se logra ver una serranía, cadena montañosa de Santa Martha, y al noroeste del mar, la cuenca de la laguna de Sontecomoapan y la bocana de la barra.
Serpenteando entre la sinuosa carretera de la terracería, viaja uno en medio de la hermosa campiña, generosamente provista de árboles de mandarina y otros cítricos, al costado del camino pasa uno por múltiples arroyos y puentes ideales para tomar fotografías.
Un kilómetro antes de llegar a la colonia hay una desviación que nos invita a ir a “La Cascada de Cristal”, es un salto de agua hermoso que al sólo se puede acceder caminando, pero la gente del lugar, tan amable y generosa como sólo sabemos ser los tuxtlecos, se ofrecen a guiar al turista por los senderos selváticos, entre canto de pájaros y mariposas multicolores que llevan a la cascada.
El visitante se puede dar el privilegio de caminar entre enormes árboles centenarios que cuentan historias ya olvidadas por el paso del tiempo.
En la comunidad hay un lugar especial para la cría y reproducción del pecarí de labio blanco, mismos que se pueden fotografiar. Cuenta con numerosos especimenes de diferentes tamaños, los cuales a llegar a cierta edad son liberados en su ambiente natural.
Hay un río calmo muy apropiado para refrescarse de este intenso calor veracruzano y una hermosa poza de aguas transparentes; un estanque natural, regalo de nuestro Creador.
La comunidad que habita este lugar está decidida y dispuesta a conservar y cuidar los generosos recursos naturales con que cuenta su lugar, ¡prohibida la tala de árboles y la cacería furtiva!, la gente se encuentra organizada queriendo llevar a cabo unos proyectos ecoturísticos para poder dar a conocer la belleza de este rincón maravilloso y desconocido que bien vale la pena visitar.

LA MAQUINA VIEJA










LA MAQUINA VIEJA
Por Ignacio Argudín Gutiérrez

Hoy es domingo, son las 9.00 a.m., hace un sol espléndido y he decidido visitar la Maquina Vieja, lugar casi olvidado por los habitantes de mi ciudad y, por lo tanto, desconocido para los turistas tanto nacionales como extranjeros que nos vistan.
Enfilo mis pasos hacia el boulevard 5 de febrero esquina Serapio Rendón. Sólo llevo mi cámara fotográfica y una botella de agua, ya que estas ruinas están muy cercas de San Andrés Tuxtla, de hecho la mancha urbana ya está a unos pasos de alcanzarla y absorberla.
Lo primero que alcanzo a ver son las nuevas obras hidráulicas que comprenden el saneamiento del arroyo el Tajalate, obra efectuada por el ayuntamiento de esta ciudad, e inicio el camino de terracería a orillas del río, las parcelas a mi lado están sembradas por flores y más flores, pero sobre todo por cebollas, por eso el nombre de la colonia “El Cebollal”.
Fue en 1840 cuando la fábrica de hilados y tejidos estaba en plena producción aprovechando el algodón que aquí se cultivaba. ¡Increíble! Nunca imaginé que en esta tierra se hubiese cultivado algodón, pero sí, así era, desafortunadamente como todos los proyectos que se emprenden en esta vida, algunos sobreviven, pero otros no.
La competencia de los más fuertes acabó con sus operaciones cerrando 20 años más tarde. La gente que tiene sus cultivos aquí aprovecha muy bien la generosidad del arroyo que corre por este lugar, ya que el agua circula entre sus siembras y estas corresponden con un crecimiento excepcional. Al fondo, después de caminar entre algunas pequeñas corrientes de agua y entre retoños de cebollas, se alcanza ver la gris construcción de grandes muros semi derruidos por el inclemente paso del tiempo, mientras más me acerco a ella me doy cuenta de lo espléndida que debió ser en sus años de gloria, ahora medio devorada por la vegetación, me apresto a capturar su alma con mi cámara fotográfica. Pero no sólo es esto una inerte construcción de fríos muros viejos, a su lado, a unos 10 metros de distancia, se encuentra a una cueva con una poza en su interior creada por el arroyo que corre aquí y se mira hacia el techo de la cueva se observará un agujero por donde cae el agua precipitándose hacia el interior de ella, hay múltiples saltos de agua y más pozas que invitan al visitante a refrescarse en esta agua tuxtlecas.
Tomando la vereda que cruza la construcción por un costado, subiendo por el camino real y a unos 50 mts de la construcción, se encuentra una cascada de unos 8 mts de alto, no muy grande, pero no por eso menos bella. Se logran apreciar viejos túneles que en otras épocas surtían de agua la fábrica y que ahora ya están secos.
Después de tomar la última foto, inicio mi camino de regreso reflexionando en la extensa riqueza ecológica e histórica que todavía poseemos aquí en nuestra hermosa región tuxtleca.








domingo, 10 de mayo de 2009





Por:Don domingo Gracia
Fuente: El Tucán



Un paseo por las selvas de la sierra Tuxtleca en mis tiempos cuando la vegetación era exuberante y estaba llena de animales podría considerarse toda una aventura, salir de cacería era una temeridad, pero ir a linternear una completa locura, pues éstas serranías estaban plagadas de peligros; había hierbas venenosas que con sólo rozarlas podían provocar irritación muy dolorosa en la piel, mosquitos y zancudos de todas clases y tamaños que hacían insoportables las horas del día y de la noche, además de ocasionar con bastante frecuencia el temido paludismo; amén de arañas, alacranes y ciempiés tan venenosos que podrían causar la muerte, grandes felinos que de un zarpazo eran capaces de matar a un becerro, cuantimás a un ser humano y el peligro más grande de todos, las víboras venenosas que acechaban silenciosas entre la hojarasca, junto a las raíces de los grandes árboles, entre la bejuquera y que de vez en cuando venían a visitarnos al mismo campamento. A todo esto podríamos agregar el gran peligro de desorientarse y en esas selvas era mortal, la montaña podría convertirse en un laberinto verde que asfixiaba poco a poco al que no encontraba la salida, el calor húmedo y sofocante fácilmente terminaba con las fuerzas de cualquiera que no estuviera acostumbrado a estos lugares.
Con todo y lo antes mencionado, para cierto grupo de muchachos era fascinante ir a la selva de cacería, las bellezas competían unas con otras, sólo unos cuantos teníamos acceso a ellas; arroyos cristalinos y murmurantes que plácidamente se deslizaban cuesta abajo, brincando piedras, barrancos y cañadas, hasta llegar al mar, sus orillas salpicadas de musgos y helechos, sus corrientes y pozas llenas de mojarras, "guapotas", pepescas, "bobos", acamayas y pequeños caracoles que era una delicia pescar, guisar y comerlos ante una hoguera en un campamento lleno de hamacas y de amigos deseosos de desafiar a la naturaleza en su forma más primitiva.
De la selva a mí me gusta todo, sus grandes árboles que unían en lo alto sus copas entrelazándolas con bejucos y ocultando los rayos del sol, aunque algunos lograban burlar a la apretujada enramada, en forma de hilos dorados descendían triunfantes para tocar el suelo lleno de hojas, multitud de orquídeas que colgaban caprichosas por todos la­dos inundando de colores al verdor; había los más increíbles insectos, hormigas gigantes, millones de "pepeguas" que caminaban en gran­des ejércitos destruyendo a todo ser viviente que no pudiera escapar a
su acoso y bellas mariposas de colores, vivos y radiantes, que parecían flotar en el ambiente, ves e todos tamaños que llenaban de trinos y de gorgojeos las mañanas, los mazates de rojo pelaje, el tigrillo, la marta, el tejón, el tepezcuintle y tantos otros mamíferos que existían en la montaña, aquí la vida y la muerte se conjuntaban en una sinfonía de fantasías.
En especial me gustaba el amanecer, mucho antes de que las tinieblas desaparecieran completamente se escuchaba el canto del clarín anunciando que el nuevo día estaba por llegar, luego poco a poco, otros cantos lo secundaban, palomas, perdices, gallinas de monte, chocos, faisanes y una infinidad de pequeñas aves hasta formar una algarabía, conforme la mañana avanzaba estos cantos disminuían hasta llegar a un completo silencio donde sólo las chicharras lo rompían con su esporádico y monótono canto, era entonces cuando la calma y la paz del monte bravío nos permitían sentir su majestuosidad. Éramos nosotros en la selva.
En el campamento la actividad comenzaba muy temprano. Se alimentaba la hoguera y la claridad de ella se unía a la del amanecer, la olla de café negro era puesta sobre las llamas y pronto su aroma invadía agradablemente nuestros sentidos, ruidos metálicos de los enseres de cocina daban un toque muy peculiar, el chirriar de la manteca en el sartén y el rechinar de la carne al freírse, los huevos, los frijoles secos, las tortillas dorándose en las brasas, el despertar de uno a uno de los amigos, los bostezos y los estirones del cuerpo, algunos se rascaban la cabeza o la espalda tratando de dar tiempo para despabilarse bien y era ahí donde comenzaban las bromas. ¿Dónde están mis botas carajo? - Mis pantalones, con un demonio, ¿cuándo crecerán? ¡Idiotas!—
Pero las caras serias y malhumoradas pronto se conver­tían en sonrisas, nos contagiába­mos con las risas y la bulla del grupo y en un momento todo era fiesta.
El café caliente y dulzón resbalaba lentamente, sustentan­do al cuerpo, agradando al pala­dar, la comida desaparecía rápi­damente, había que reparar ener­gías y así, la hora del desayuno transcurría, siempre quedaban dos o tres durmiendo en las hamacas y a ellos no lograba despertarlos nada, eran los que habían ido a linternear la noche anterior, caminaron mucho en plena obscuridad, amparados por el rayo plateado de sus linternas y eso tensa, los nervios se alteran al máximo, la tensión se acumula,
Campamento en plena montaña bravía, levantado con varas del mismo monte, amarradas con bejucos y techado con hojas de platanillo. Entre hamacas e improvisadas camas sobre el suelo duro, un grupo de amigos descansa después de haber "monteado" todo el día, entre la enmarañada vegetación, sorteando toda clase de peligros.
claro que a la hora de dormir, ya seguros nuevamente en el campamento, se relaja el cuerpo, la mente y el alma. Estaban desconectados del mundo entre los brazos de Morfeo.
Pronto se descolgaban los rifles y escopetas y de dos en dos nos escurríamos entre la espesa vegetación, sorteando la bejuquera, los pequeños arbustos y los heléchos que eran donde las culebras tenían sus escondites favoritos. Se caminaba despacio, asegurándose donde se ponían los pies, tratando de no hacer ruido, atentos, listos a disparar, la idea era sorprender al mázate, al faisán, al jabalí, la perdiz o alguna otra pieza digna de ser llevada a la mesa del campamento o de nuestras casas allá en el pueblo; había que tener el oído muy fino para distinguir los ruidos que a nuestro alrededor se producían, la selva era tan espesa que sólo había visibilidad a unos cuantos metros, el resto era una apretujada mancha verde obscura, de árboles, ramas, hojas, bejucos y humedad en forma de vapor.
Sí, realmente creo que era una temeridad recorrer, esos montes en plan de cacería, todo estaba en nuestra contra en esos lugares, la selva defi­nitivamente no era lugar para el hombre civilizado, los peligros eran incontables, una simple luxación de un tobillo podía convertirse en toda una tragedia, pero era eso tal vez lo que nos lanzaba al monte, ahí, las aventuras tomaban aspecto de grande­za, creo que en todas las épocas y en todos los lugares adentro del hombre siempre ha existido un cazador y en nosotros existió en ese tiempo y hoy al recordar todo esto me lleno de sensaciones, de aromas, de fantasías y al compartirlos con ustedes, vuelvo a vivir esos momentos mágicos que quedaron gravados hondamente en todos nosotros.
Tucán
Un grupo de amigos entre la exuberancia de la selva, cuando esta era inmensa e impene­trable.
Hasta estas alturas solo podían llegar los más audaces.

domingo, 3 de mayo de 2009

Los Líseres(Leyendas Tuxtlecas)

Los Líseres(Leyendas Tuxtlecas)
Fuente: Historias de cacerías en el Sureste de México.
Por: Raúl S. Argudín Corro
Si un turista, caminante, forastero, visita la escénica y acogedora ciudad de Santiago Tuxtla en el día de San Juan o cualquier domingo entre ese día y el 24 de Julio, encontrará en cualquier calle en las esquinas a un curioso personaje legendario. UN LISER de interesante, pintoresco y rancio sabor tradicional. Es un hombre disfrazado con pijama de mangas muy largas, que se cubre con una capucha (moco). Los hay amarillos, rojos, canelos y pardos. El moco tiene dos agujeros a la altura de los ojos. La chiquillería del pueblo en gran fiesta, goza, ríe y llora con el líser, los nombra y distingue como a los caballos, el rucío, el colorado, el cuatralbo, el tordillo, a ratos se le acercan y a ratos huyen despavoridos. El líser lleva una gran piola a manera de fuerte y al restallarlo brincan, bailan, braman, rugen, imitando cautelosos movimientos de felino. Corretean a los niños que huyen como gorriones asustados entre chillidos y gritos destemplados -ese líser no sirve- -ese líser es mula- -ese líser no tiene madre y un abejón es su cuerpo-.Cuando se encuentran líseres de distintos barrios se husmean interrogantes, saltan, rugen y se trenzan en descomunales peleas a latigazo limpio, hasta que uno de los contrincantes vapuleando en exceso, tira el moco, rasga el traje y sale disparado echando por la boca, ajos, sapos y culebras.Intrigado por espectáculo tan raro, regocijante y tradicional me dediqué a interrogar a los más antiguos vecinos del lugar y llegue a la conclusión de que no se encuentra ningún dato exacto que explique el simbolismo de los líseres.Por casualidad al hacer una visita profesional en el famoso barrio la Pelona a una ancianita de 97 años, más arrugada que una pasa, llamada Tia Bichi, me enteré de porque hay líseres.
Después de la consulta platiqué con la ancianita, nos hicimos amigos, le pregunté sobre el misterio de los líseres, me contestó que ella era sabedora de la incógnita y allí les va el cuento."Verá usted doctorcito: Fue hace muchos, pero muchos años, mis padres me lo contaron a mí, a ellos sus abuelos y a sus abuelos los otros tatas viejos.En aquellos tiempos Santiago no tenía el nombre que le pusieron los blancos cuando se lo repartieron al barbón de Don Hernán Cortés. Era una población rodeada de grandes murallas que llegaban hasta la subida del Mirador. En el cerro del Vigía había grandes construcciones, plaza de armas, templo, juego de pelota, mercado y palacio con muchas piedras que representaban a los Dioses. Había casas de piedra con jeroglíficos, dilatados patios y lindos jardines.Junto al Río Tepango había estanques con pájaros del agua y en las riberas casas de animales, cientos de ranchitos de caña y paja brava retrataban sus perfiles en el espejo del agua. Tenían la gran autoridad de un Sacerdote Gobernador que llevaba un gorro trenzado de oro y chalchivis adorando a una serpiente. Era señor de la vida y de la muerte para todos. Era una vida mejor que la de ahora.En uno de los ranchitos pobres desparramados por la orilla sucedió la cosa.Una perfumada noche de luna creciente, nació una niña tan bonita que no parecía de este mundo, era hija de uno de mis abuelos de los más viejos, blanca, de piel de durazno color de azucena, lindos cabellos dorados y grandes ojos, raros como de almendras en que se reflejaban suaves y temblorosos pálidos rayitos de luna. Por eso la bautizaron: Rayo de Luna. Nunca en nuestra raza que es fea se había visto nada igual, de lejanas tierras venían a conocerla, a rendirle homenaje y le traían ofrendas y le cumplían mandas.Todo fue llegando a oídos del Gobernador, mis tatas recibieron órdenes de llevarla a los aposentos reales y allá fueron siguiendo a empenachados sacerdotes.Todos los que la vieron en el Templo se prendaron de ella por el halo de belleza y de virtud que la rodeaba. El sacerdote Gobernador dijo: "Vivirá con su familia un año más y luego vendrá a adorar a nuestros Dioses, creemos que es una Princesa Blanca. No permitiremos que traiga dificultades a nuestro pueblo".Mis tatas regresaron llorando muy tristes, llorando tanto, que el Dios de las aguas compadecido lloró con ellos, crecieron los ríos, se inundó la Ciudad, iban a perderse las cosechas de maíz, hierba de México y alimento del pueblo. Atemorizados por el desastre culparon a Rayo de Luna, la buscaban para el sacrificio, mis Tatas la escondieron y la llevaron por los montes en senderos ignorados.Cuando llegaron a la primera sábana del Volcán, oyeron grandes voces en Olmeca que ordenaba: regresen que nadie los molestará.En el umbral de su ranchito encontraron al gran Sacerdote disculpándose, llevaba traje de ceremonia, túnica escarlata, y penacho de plumas rojas y blancas, dijo que en acatamiento a la Princesa en aquella casita edificaría un templo. Todo esto sucedía porque el gran Tonatiuh con un soplo y con sus rayos detuvo las aguas y revivió las cosechas. Rayo de Luna era amada y propicia a los Dioses.Pasaron rodando varios años de felicidad, de abundancia y de paz, y la niña se convirtió en una real mujer, la más bonita de todas las mujeres. Pero como no hay nada seguro en este mundo, porque lo único seguro es la muerte, una tarde triste y nublada en que no se movía ni la hoja de un árbol, comenzó a respirar fuerte el Volcán de San Martín, a vomitar lumbre, lava y enormes piedras calientes, se estremecía la tierra como si tuviera las tercianas y se hacían grietas que se tragaban a las casas, a las gentes y a las bestias. La ceniza no dejaba ver a un metro de distancia, se creyó que era el fin del mundo.Asustados los sacerdotes buscaban a Rayo de Luna para sacrificarla y calmar a los Dioses. Y sucedió lo increíble. Como todos los animales de la montaña huían aterrorizados echaron abajo trozos de la muralla y el primero en entrar al pueblo fue un hermoso tigre Real -Ocelot- que se llevó a Rayo de Luna. Todos los vecinos lo vieron, la llevaba en las fauces suspendida del huipilli cuidadosamente, suavemente como hacen las gatas cuando cambian de lugar a sus gatitos.Ella iba feliz, paso a paso se dirigió el tigre a la montaña sin importarle la ira de los elementos, algunos guerreros valientes lo persiguieron entre el infierno de lava, lumbre y humo, Ocelot los ignoró. La deposito en lecho de flores en su cueva en el laberinto de las intrincadas selvas de las vertientes del Volcán. En ese momento vino la calma, dejó de temblar la tierra, volvió la tranquilidad a todos.La princesa había calmado a los Dioses con las rojas primicias de su amor. Como en ninguna otra época fueron galanas pacíficas e idílicas las verdes y suaves playuelas del Volcán de San Martín.Siguieron rodando muchos años más cuando el Dios estaba de humor volvía al pueblo convertido en Líser asustando a los vecinos que se apresuraban a esconder los niños. Traía una soga en la mano, saltaba, rugía y se divertía a más no poder, nunca hizo mal a nadie, era pura diversión. Ahora ya no baja al pueblo, se aburriría o será que camina otros caminos.Y todos los años para las fiestas titulares de Santiago algunos vecinos tratan de imitar a los felinos, con precisos movimientos del Ocelot feroz que un día se llevara entre las fauces a la gentil Princesa Rayo de Luna en aquellos terribles días del gran enojo del Volcán. Y lo hacen recordando la historia. Siguió hablando la Tía Bichi: "Doctorcito sé que usted no lo cree, soy una pobre vieja chocha, enferma y acabada, pero tenga la seguridad de que fue cierto; mis Tatas los más viejos de todos, lo vieron, yo se lo cuento a mis hijos, ellos a los suyos y así lo sabrán todos".Me fui a mi casa intrigado pensando. ¿Cómo es posible que esta viejecita indígena arrugadita e ignorante que con dificultad se expresa en Castellano, haya inventado esta historia? ¿y cómo es posible que la niña, la enfermita que acabo de atender sea blanca como la leche, con guedejas color de oro y ojos claros, grandes como almendras en donde se ven rayitos que parecen tener fulgor de luna?¿Será esta niña lejano descendiente de la Princesa y de Ocelot?Y por eso amigo, turista, caminante, forastero, si pasas por la limpia y panorámica ciudad de Santiago Tuxtla, Veracruz; en cualquier domingo de julio el mes de la lluvia conocerás a los hieráticos líseres, pausados, curiosos, husmeadores, que rugen, braman y saltan restallando el látigo de piel, correteando a la chiquillería del pueblo en lances de regocijo y de pelea.Y lo hacen en recuerdo de la bellísima y gentil Princesa Rayo de Luna, raptada y deposada por un fiero y hermoso Tigre Real que fue Dios de los Olmecas.

RESUMEN HISTORICO DE LA FUNDACIÓN DE SAN ANDRÉS TUXTLA

…”En su etapa prehispánica San Andrés Tuxtla formó parte del Olmecapan, área cultural que mantuvo nexos con los Mayas, Los Totonacas y los Toltecas. La población tubo su asiento inicial en Ixtlán, al oriente del Titepel (Cerro Negro), pero debido a una erupción ocurrida entre 1530 y 1532 los vecinos buscaron refugio en el paraje llamado “TZACOALCO” (“En el escondite” en náhuatl). En los primeros tiempos de la colonia la localidad se llamó SAN ANDRÉS TZACOALCO y dependía de Santiago Tuxtla, una de la 23 villas que recibió Hernán Cortés en 1529 como parte del Marquesado del valle de Oaxaca. Durante El Virreinato San Andrés perteneció a la alcaldía Mayor de Tlacotalpan y posteriormente a la de Acayucan.

En 1718 se le dio el titulo de pueblo. En 1750 hubo intento de emancipación, luego reprimido de saldo de varios muertos, y en 1815 una partida de 100 soldados obligó a los adultos a engrosar las filas de los realistas.
En enero de 1826 se asignó el carácter de cabecera de partido, en lugar de Santiago Tuxtla y el 29 de noviembre de 1830, siendo gobernador del estado Manuel Pérez Marín, se confirió el rango de villa. En 1833 una epidemia de cólera acabó con el 40% de la población.
La planta de hilados y tejidos que se instaló en 1840, para aprovechar el algodón que se producía en la zona, desapareció 20 años más tarde ante la imposibilidad de competir con las fábricas de Orizaba y Puebla.
Hasta 1842 tuvo la villa fundo legal y tierras comunales. La Guardia Nacional de San Andrés Tuxtla, combatió contra los invasores norteamericanos en octubre de 1846, contra el imperio de Maximiliano en agosto de 1866, en la toma de Tlacotalpan, la batalla de Cosoleacaque y asalto a Minatitlán, y en junio de 1867, ya incorporada a las fuerzas al mando del Gral. Rafael Benavides, en el sitio y captura de Veracruz. En los primeros años del gobierno del presidente Porfirio Díaz, se establecieron en San Andrés algunos industriales y agricultores cubanos y españoles que fundaron una procesadora de tabaco llamada el “Destino” , cuyos productos tuvieron gran demanda en los principales mercados europeos.
Un poco más tarde se introdujo el servicio telegráfico y en 1882 aparecieron las primeras agrupaciones gremiales, entre ellas la llamada “Caridad”, sociedad de socorros mutuos integrada por obreros, pequeños propietarios y vecinos.
Durante el mandato del gobernador Teodoro A. Dehesa, la Legislatura local le concedió a San Andrés Tuxtla la categoría de ciudad, el 23 de octubre de 1893. Ya en pleno desarrollo de la industria tabacalera, en 1896 ocurrió la primera huelga de obreros en demanda de mejores condiciones de trabajo. Por la misma época y a pesar de las restricciones que impuso el régimen, se publicaron los periódicos liberales El Eco de Los Tuxtlas (1888), El Progresista (1891), El Intransigente (1894), La voz obrera (1896), El Concepto Público (1908), El Ciudadano, El Cantaclaro y otros. La región de San Andrés fue escenario de las acciones del guerrillero Hilario C. Salas en ocasión de la revolución maderista. De 1913 a 1920 se instaló en la cabecera la comandancia militar de la que dependieron las guarniciones de Catemaco y Santiago Tuxtla y otros lugares. En agosto de 1916 fuerzas villistas atacaron la villa de Santiago y una ves tomada la plaza incendiaron el Palacio Municipal, ahí se perdió el archivo más antiguo del cantón que contenía importantes documentos del siglo XVI. Otro grupo del mismo mando atacó el tren que comunicaba a San Andrés y dejó a la ciudad sin abastecimientos. En esa época se vendió el archivo de la Jefatura Política de Los Tuxtlas, que luego se usó como envoltura en el mercado. Los 80 años más recientes han sido de consolidación económica del municipio; a sus actividades habituales se sumó el turismo, al abrirse al público el acceso a la cascada de Eyipantla y a las lagunas de Coyoapan, la Encantada y la Albufera de Sontecomoapan.

Bibliografía:Monografía de los Tuxtlas. Compilada por: JUAN RESENDIZ PICASSO.






CERRO LORO, INCREIBLES MONOLITOS GRABADOS.
Por: Ignacio Argudín Gutiérrez.
Ubicado en la comunidad de Chuniapan de Arriba, Municipio de San Andrés Tuxtla, Veracruz, se encuentra el Cerro Loro, como lo llaman los habitantes de este lugar, llegamos a él mi amigo Abundio Pólito y yo, en una de nuestras excursiones en motocicleta buscando una cascada escondida, que nos habían dicho que se encontraba allí, como siempre algunas de las cosas más sorprendentes las hemos descubierto por casualidad.
Preguntamos a los lugareños, gente sencilla y amable quienes nos dijeron que no había ninguna cascada por ahí, lo que si había eran unas figuras labradas en unas piedras, ¿Dónde?, inmediatamente preguntamos, allá, arriba del cerro loro. Después de dialogar un rato con nuestros nuevos amigos Francisco y Emanuel se ofrecieron a guiarnos hasta ahí. Después de cruzar algunas parcelas iniciamos el acenso al principio no muy inclinado por entre arboles de mango y mulato que formaban las cercas de las parcelas deteniéndonos en algún frondoso mangal para tomar un respiro y cortar algún mango maduro deliciosamente puesto a nuestro alcance por Dios mismo. Al costado de la vereda que iniciaba nuestro acenso corría un pequeño hilo de agua mismo que nacía a la cintura del cerro. Llevando a cuestas el trípode de la cámara fotográfica, que es de un material sumamente ligero, la subida se tornaba más y más difícil, pero nuestros guías con el conocimiento del terreno y muchos años mas jóvenes que nosotros no parecían cansarse dando pasos agigantados, y nosotros sentíamos las piernas temblar del esfuerzo y la respiración agitada pero nos mantenía en pie la emoción de ver aquellos monolitos. Descansamos unas tres veces más mirando la imponente cuesta que teníamos que vencer, y tomando fuerzas al fin logramos subir hasta la primera cima, increíble vista desde ahí, lamentamos no haber llevado el telefoto de la cámara ya que desde esa altura increíblemente se lograba mirar la cascada del Salto de Eyipantla, mas no solo eso, hacia el Sureste, se dominaba un valle entre cerros desgraciadamente casi en su totalidad deforestado, del tamaño de una pequeña ciudad, solo algunas parcelas sembradas lo demás solo potreros sin ganado, incluso los cerros a su alrededor con algunos pocos árboles me pregunto ¿Por qué deforestar cerros con tanta inclinación si son imposibles de cultivar?, ¿Qué ganaron con eso?, en fin. Continuamos el acenso un poco más frescos ya que soplaba una brisa deliciosa, en la altura a unos 200 mts. Hacia el Norte al fin vimos una concentración de rocas justo en la cresta del cerro, ahí frente a nosotros dispuestas estaban múltiples figuras labradas, símbolos, animales, rostros, deidades, todos ellos capturados por el lente de la cámara fotográfica de Abundio, en realidad nosotros no somos arqueólogos ni antropólogos, pero nos parecieron autenticas, tal vez sería acertado que alguna autoridad estudiara dichas rocas para saber si son autenticas o no y si lo son protegerlas. Cierto es que importante son los vestigios arqueológicos que ahí se encuentran pero también es cierto que es urgente reforestar, ya que de no ser así pronto este rincón tuxtleco se convertirá en un desierto.
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